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Críticas conservadoras al marxismo


Críticas conservadoras al marxismo


El pensamiento conservador es, por definición, una actitud ante el mundo más que una doctrina. Esta se caracteriza por una desconfianza contra toda acción humana deliberada, contra todo cambio que no se establezca gradualmente convirtiéndose en tradición, y esto siempre y cuando sea en concordancia con las tradiciones pasadas positivas, ya que se las considera valiosas, bien sea por su selección histórica y comunitaria, o por sus orígenes religiosos trascendentes contra cualquier humanismo antropocéntrico. Tal toma de posición es intrínsecamente contraria tanto a los movimientos sociales revolucionarios de tendencia igualitaria o radical, como a las teorías de un proceso histórico que defina cuál es el verdadero rumbo hacia el futuro tomando como referencia el progreso de algún elemento histórico (ciencia, tecnología, aumento de la riqueza, fomento de la igualdad, etc.). En este sentido el marxismo es contrario al conservadurismo que per se ya no tolera la sociedad moderna basada en el cambio continuo que le dio origen. Algunos autores conservadores autoritarios definen como ideal un punto presente de la historia a pesar de que esta ya esté basada en un cambio ahistórico no basado directamente en la tradición sino en su reconstrucción estereotipada, y estos tienden a convertir en valor a conservar los elementos estables que encuentran dentro de la sociedad moderna: la familia burguesa, el Estado-nación, etc.

En su variable reaccionaria, el conservadurismo toma la forma de un pesimismo histórico y un intento de dar marcha atrás hacia un estadio ideal ubicado en el pasado desde el cual se desciende hasta el presente, salvo que consista en una teoría inversa del desarrollo (visión negativa de la tecnología, de los movimientos productivistas, de las tendencias igualitarias, etc.). En los casos en que la actitud reaccionaria se convierta en una versión inversa al progresismo historicista, el marxismo puede llegar a tener puntos en común e incluso de acuerdo: en vez de un estadio ideal abandonado por el ascenso progresivo y acumulativo de un bien (v.g. tecnología) que provoque conflictos revolucionarios hasta una crisis final que retorne a una versión superada de dicho ideal, el historicismo reaccionario tendría un comienzo y un final similar pero con una transición signada por el descenso progresivo hacia el mal mediante conflictos similares.

Conservadorismo, tradicionalismo, medievalismo y marxismo

Entre los autores conservadores, cuya posición tiene sentido desde el comienzo de la modernidad dentro de un ámbito de cambio constante, se puede contar a Edmund Burke, José Ortega y Gasset, Michael Oakeshott y Russell Kirk. Entre los conservadores filo-nacionalistas a Hilaire Belloc y Ernst Junger. Entre los tradicionalistas e incluso "reaccionarios" a Joseph de Maistre, Louis de Bonald, Chesterton, Dostoyevski, T.S. Eliot, Max Weber, Robert Nisbet, Thomas Molnar, Eugene D. Genovese y Richard Weaver, sin que necesariamente en todos los casos se llegue al extremo milenarista. De todas estas corrientes, los autores contemporáneos han dedicado alguna parte de su trabajo en analizar críticamente al marxismo con los mismos fundamentos con los que se acusa a la modernidad en general. Su posición sobre la propiedad es pocas veces un elemento a contar entre las motivaciones, ya que solo los conservadores modernos defienden la propiedad capitalista, los tradicionalistas solo la propiedad privada contra la gran propiedad libre, y los reaccionarios la limitada e interdependiente propiedad feudal contra la individuación burguesa.

Siendo las diferencias con el progresismo nucleares al pensamiento conservador, las diferencias con el marxismo son generalmente filosóficas. Para los conservadores y reaccionarios, la idea marxista de que la filosofía se supere a sí misma intentando "cambiar la realidad en vez de entenderla" solo tiene sentido si hay algo fijo en la realidad que evolutivamente posibilite el cambio (que entonces debe ser entendido), y que no pueda ser sometido al voluntarismo revolucionario, aunque más no sea por los medios necesarios para que este se lleve a término.[1]​ Incluso dentro del marxismo, las "leyes del cambio histórico" ya son constantes que hay que descubrir y a las que hay que someterse para poder cambiar el mundo (el mundo salvo esas mismas leyes, al menos a priori) en el sentido que se supone solo puede dirigirse el hombre en la historia.[2]​ El conservador diferencia lo contingente del carácter necesario de lo contingente (v.g. diferenciar "poder superar la gravedad y sacar algo de la gravedad de la tierra con otras leyes físicas" de "poder superar la ley de gravedad y cambiarla por otra"), y esto es a la vez un punto de contacto y de conflicto con la filosofía dialéctica que fundamenta el movimiento marxista, y que implica una visión casi panteísta del materialismo.[3][4]

Gary North y Paul Johnson: el panteísmo revolucionario y la religión materialista

El teólogo y economista protestante Gary North realizó un agresivo análisis de la persona y la doctrina de Marx, diametralmente opuesto en su actitud al afable análisis de Isaiah Berlin. Su libro La religión revolucionaria de Marx escudriña todos los caracteres que hacen al marxismo una velada religión pagana más que una mera cosmovisión filosófica cerrada, y como toda religión pagana, afirma North, su meta principal es "regenerar el mundo por medio del caos".[5]

En un tono menos recalcitrante, el importante historiador católico y conservador Paul Johnson dedicó un capítulo de su obra Intelectuales a explicar la vida y la obra de Karl Marx como corolarios de la soberbia humanista y la amoralidad entrópica que se corresponderían con la ausencia de un realismo conservador en la vida. Johnson se interioriza en el odio de su ateísmo militante, las falsificaciones de las fuentes en sus obras, y las hipocresías de su vida afectiva para hacer una explicación entre psicológica y cultural de la historia personal que hizo posible en un hombre el ímpetu mesiánico pero megalómano y cínico que el autor le atribuye:

Respecto de la Gran Depresión, Paul Johnson prologó el libro homónimo del economista de orientación austríaca Murray Rothbard que refutara las lecturas marxistas y keynesianas de las causas de aquella crisis económica. En su análisis histórico del pensamiento económico marxista, Rothbard haría suya, a pesar de su distancia ideológica, la idea del moderno paleoconservadurismo privatista que sostiene que el comunismo –como forma de organización económica sin división del trabajo– es siempre coactivo y violento: relacionado históricamente con los milenarismos revolucionarios, la escatología comunista es así considerada, a la manera popperiana, como medular al perfeccionismo terrorista de las revoluciones totales,[7]​ inspiradas por –y resultantes de– la solución simplificadora del colectivismo igualitarista, entre las que se puede enumerar a la Revolución Francesa y su cénit dirigista durante el terror rojo del régimen jacobino, a su heredera la Conspiración de los Iguales liderada por Babeuf que representaría al primer comunismo clasista, posteriormente en su forma mixta por Blanqui y el anarcocomunismo de la Comuna de París, y finalmente en su forma más acabada en el bolchevismo como ala izquierdista de la Revolución Rusa.

El sacerdote y teólogo José Miguel Ibáñez Langlois hace una éxegesis de las obras de Marx en las que resume el carácter netamente religioso del mesianismo proletario de su doctrina:

Joseph Ratzinger y Michael Novak: la salvación y la libertad frente a la Teología de la Liberación

El extremo de esta interrelación entre marxismo y religiosidad alcanzó su clímax con el intento de conciliar al cristianismo con el marxismo. La confusión entre el comunismo cristiano monástico o voluntario[9]​ (que, para todas las variantes conservadoras, es resultado indirecto del desprecio a la riqueza y de la "huida del mundo") y el comunismo marxista revolucionario (visto como fin social de una lucha de clases egoístas contra quienes poseen más riqueza para apoderarse de ellas) es otra cuestión que los conservadores debieron enfrentar con el surgimiento del movimiento Teología de la Liberación que acompañó en nombre del cristianismo la lucha armada de guerrillas y gobiernos marxistas en América Latina, apoyando así a la praxis marxista aun cuando no coincidían con ella como teoría. Esta distinción sirvió para que los conservadores pudieran demostrar empíricamente que el marxismo mismo como forma de interpretar el mundo era antes una ideología de sus propios fines de poder como movimiento político. La comprensión teórica del contexto social, que es un prerrequisito que posibilita encontrar la forma de tomar el poder, entra en conflicto con la acción revolucionaria en cuanto esta comprensión teórica no provee de motivos suficientes para dicha toma del poder, y es así que debe generarlos en sus agentes de cambio no intelectuales. Para Engels, por ejemplo, la utilización del ascetismo católico en función de un ascetismo espartano, es indispensable para los movimientos proletarios, tanto en la Edad Media como en la moderna:

Esta situación quedaría evidenciada a nivel teórico con el surgimiento de la Teología de la Liberación y su aceptación por parte de los regímenes marxistas como funcional a sus objetivos a pesar de contradecir los fundamentos ateos del materialismo dialéctico, ya que en estos las aspiraciones de las religiones se transforman en deseos realizables en la etapa superior del comunismo, de forma que la alienación del hombre con la naturaleza pueda reducirse a un problema social. La utilización del cristianismo por parte del marxismo requiere, por ende, vaciar de sentido a uno de los dos términos:

La "filosofía de la praxis" debe, entonces, actuar como la más pura de las ideologías en términos marxistas, al menos respecto de sus intelectuales: distorsionar y encubrir en un autoengaño los verdaderos motivos de poder de la lucha revolucionaria, dejando a sus actores sin pruebas de su conexión con los procesos sociales que dicen representar, en tanto que las mismas pruebas que provee la teoría pueden y deben alterarse para fines de propaganda:

La teoría marxista muestra entonces su faz más oscura: no desea interpretar las condiciones de la praxis en el supuesto movimiento necesario de la historia para ser parte de ella como cabeza directiva, sino que es causa de parte del movimiento de la historia redirigida a su favor, y evalúa las condiciones de la praxis solo para entender cuáles son las verdaderas condiciones de posibilidad de la toma del poder, mientras que la interpretación de estas condiciones como resultado –y prueba– de una necesaria lucha de clases (o sea, la teoría marxista de la historia) ya no puede ser demostrada puesto que, primero y antes que nada, toda filosofía debe ser una deliberada creación de argumentos y consignas funcionales al proselitismo (la teoría del valor-trabajo, la solución inexorable del Estado socialista, etc.) que provee de material humano al movimiento que esta lidera, y por ende sin relación necesaria –ni mucho menos buscada– con el conocimiento verdadero de la realidad social:

A pesar de estas críticas, cabe mencionar que la síntesis cristiano-marxista de los teólogos de la liberación ha influido sobre el marxismo (o bien ha recordado a los marxistas) que se ha descontextualizado la referencia marxista a la religión como "opio del pueblo", siendo que el opio no es un estupefaciente ni tampoco un alucinógeno, sino un narcótico analgésico. La tesis marxista jamás pretende que la religión se considere una forma de degradación intelectual ni tampoco una mera ilusión generada por las clases dominantes, sino que la religión es el anestésico necesario de la sociedad entera ya que la religiosidad también se da entre las clases dominantes e intermedias aunque pueda vivirse de diferentes maneras.[14]​ Que la religión pueda o no funcionar como anestésico frente a la alienación social no implica que no pueda tomar acción contra la "enfermedad social" que la causa, sino generalmente todo lo contrario. Por otro lado si en nombre del marxismo se da por verdadero el supuesto de que la religión es causal de adaptación social en perjuicio de las "clases explotadas", entonces las clases dominantes impregnadas del mismo espíritu religioso deberían ser también conformistas respecto de su existencia material, atenuando por tanto sus supuestos intereses explotadores, e incluso siendo pasivas frente a los conflictos con la clase social explotada, cosa que pocas veces sucede: por el contrario, la reacción frente a las ofensivas revolucionarias se acrecienta a mayor religiosidad existente entre las clases atacadas (si estas son burguesas la vida religiosa más compatible para que se desarrolle una posición activa es el calvinismo). Desde Comte hasta Durkheim el papel de la religión ha sido enaltecido más allá de la forma teísta que usualmente ha tomado: el marxista peruano José Carlos Mariátegui reafirmaría el carácter socialmente autónomo de la religiosidad y describiría incluso el "espíritu revolucionario" comunista ateo como "una fuerza religiosa, mística, espiritual, opuesta a la crítica racionalista de los burgueses intelectuales", dando así gran parte de razón a sus críticos conservadores que consideran al ethos marxista como contradictoriamente religioso.[15]

Ya en réplica al marxismo ortodoxo, los partidarios de la Teología de la Liberación reiteran un argumento cristiano que es compartido por quienes no pertenecen a la misma: si se entiende como causa de la alienación social la división de la sociedad en clases y que la consecuencia de la misma es la explotación de unas clases por otras, la utilización de la religión como anestésico por parte de las clases oprimidas frente a sus condiciones materiales de existencia no implica necesariamente que esta haya sido generada con dicha función. Si se considera que una religión cualquiera puede ser independiente de dicha alienación material entonces se admite que se la puede considerar verdadera, incluso si acaso su uso como opiáceo social pudiera ser funcional a la situación existente. Que no lo sea y la religión ayude a la transformación social de la estructura de la sociedad de clases dependerá entonces no de cambiar el carácter de una religión particular en sí misma sino de lo que se haga durante su acción como opiáceo social, pudiendo aprovecharse su actividad anestésica y su "suspiro" del corazón dentro de un "mundo sin corazón" como activa "protesta contra la miseria real".[16]

Los conservadores cristianos replican que la utilización política de la religión, y en particular en esta dirección, puede llevar a confundir la mera alienación social con la alienación biológica producto del pecado original: la religión cristiana no provee de una "dicha ilusoria" ante una situación miserable que sin esta podría ser cambiada y convertida en "dicha verdadera", sino que promete el cambio hacia una dicha verdadera reconociendo la existencia de una situación miserable que va mucho más allá de las modificables condiciones sociales del hombre: está relacionada con la naturaleza física y biológica del hombre mismo y por lo cual no puede ser transformada por ninguna acción humana, sea constructiva o revolucionaria, sino por ende solo mediante la intervención divina. La religión cristiana no es entonces, como Marx pretende,[17]​ una "aureola de religiosidad" para "un valle de lágrimas", sino que es en sí misma la crítica a ese "valle de lágrimas", o sea: la renuncia a la religión no es la renuncia a "una ilusión" que luego haría necesaria la renuncia a una "situación que necesita de ilusiones" sino que es la renuncia a la única esperanza que existe, y que es necesaria frente a una situación que necesita de esperanzas ya que no se puede renunciar a esta, ni cambiándola ni escapándole:

Contra el progresismo liberal y socialista, los conservadores recuerdan tanto el carácter anti-burgués y no-productivista como el carácter anti-utópico y contrarrevolucionario[19]​ del cristianismo: la concreción del "Reino de Dios en la Tierra" (el fin de la enfermedad y la muerte y la visión del sentido de todo lo existente) no se puede reducir ni a la abundancia a través del gradual incremento en la generación de bienes materiales, ni es conquistable por la mera lucha por una emancipación frente a una particular opresión económica[20]​ –emancipación que el conservador no excluye como justo objetivo si acaso la opresión realmente existe, pero de cuya liberación no deben derivarse esperanzas sobre una resolución de los problemas generales de la condición humana –siquiera de las privaciones materiales en forma automática–, ni tampoco de la causa del mal en el mundo en todas sus diferentes formas, del cual los oprimidos no dejan de ser partícipes por emanciparse (y muchas veces hasta en mayor medida gracias a las posibilidades que ofrece la libertad, sea contra sus miembros o contra otras clases).[21]​ Toda confusión entre el mal en general y la injusticia como nombre para un mal humano particular (en el marxismo sería analogable a la "alienación"), que lleve a que en nombre de la lucha contra las injusticias se censure la esperanza de superar el mal de la condición humana, comete, para el conservador, la peor y más alienante de las injusticias para el hombre mortal.[22]​ En rigor, para el cristiano, Dios es el que encarnaría la liberación humana respecto del pecado y no el hombre pecador liberado el que representaría a Dios, por esto es que solo puede haber propiamente teología de Dios y no teología de un esfuerzo social, no importa sea este esfuerzo la producción capitalista liberal o la expropiación socialista popular.[23]​ Por otro lado, si acaso existe una opresión, la mera apología de la lucha de clases por parte de los liberacionistas utiliza –para los conservadores– la idea de emancipación social para ocultar que preexiste a esta una particular interpretación de la opresión social: la marxista (o sea, que toda división de la sociedad en clases implica explotación de las subalternas por las dominantes),[24]​ y con esta que su solución será la erradicación socialista de las clases privadas (que no excluye la opresión colectivista de un socialismo de Estado) mediante una organización marxista atea en el poder:

En cualquier caso, un punto de acuerdo entre los religiosos conservadores y progresistas es que para ambos la religión –y en particular la cristiana– siempre exige una prédica evangelizadora en el mundo que implica la creación de una comunidad religiosa cuyos criterios de justicia deben ser defendidos al menos de forma defensiva: comunidad con o sin clases, con o sin estamentos, dependiendo de cómo se la entienda políticamente.[26]

Thomas Molnar y François Furet: el colectivismo genérico como sustitución del organicismo católico

Existen pocos representantes de la postura tradicionalista y por esto no es tan conocida su crítica al marxismo como una inversión distópica del ideal orgánico de orden natural estable y permanente. La monarquía es tomada por estos autores como modelo y expresión de gobierno atemporal al representar el ideal olvidado de estratificación jerárquica de tipo privado[27]​ y por ende aplicable a todo el orden social y político como acontece en las monarquías feudales, a diferencia de las monarquías antiguas y las monarquías absolutas. En algunos casos esta línea del pensamiento conservador pretende imitar el mundo feudoburgués y post-cristianofeudal de la Baja Edad Media[28]​ mediante una conciliación entre el actual mundo capitalista y una restitución actualizada de los estamentos superiores de la nobleza y el clero[29]​ propios de la sociedad cristiana. Entre ellos se puede contar al controvertido político y periodista Plinio Corrêa de Oliveira con su defensa del mercado libre para las clases que forman el tercer estamento del pueblo llano y su crítica al socialismo autogestionario francés como paso al "comunismo anárquico" marxista;[30]​ el economista Thomas E. Woods, Jr. que revisa los mitos históricos y condicionamientos epistémicos sobre los que se habría cimentado la idea de una Modernidad secular y desde ella el marxismo,[31]​ continuando la actual revisión del "caso Galileo"[32]​ en su estudio Cómo la iglesia católica construyó la civilización occidental.[33]​ y el conocido y ecléctico intelectual Ricard Weaver cuyo análisis del comunismo marxista como punto final de una tendencia histórica (desde el sumo orden jerárquico establecido por los tres órdenes de la Edad Media hasta el igualitarismo radical maoísta) coincide con la posición del sociólogo Robert Nisbet.

Una vertiente más tradicionalista y crítica a la vez de la modernidad liberal como de la socialista, es la del intelectual Thomas Molnar, cuya tesis principal es sintetizada en su escrito El utopismo: la herejía perenne en el que resume la posición tradicionalista clerical sobre el tópico: el humanismo autónomo convertido en prometeico es la raíz intelectual de las utopías (entre las cuales se inscribe al marxismo) y su consecuencia es que la artificialidad inhumana de la tecnificación de la vida social sea llevada hasta el paroxismo por una élite de planificadores revolucionarios:

En su obra La decadencia del intelectual, Molnar resume el desarrollo de una "clase" o grupo social que es la intelectualidad, la cual se autonomiza del orden social medieval que le diera origen, y comienza una relación dual, de apego y rechazo, a la clase media burguesa que pasará a ser su seno social siendo representante de un orden social sin unidad ni autoridad, en la cual el intelectual se encontraría libre de los estatus tradicionales y podría hacer el papel de "iglesia" tuteladora de la política.[35]​ La autoridad sustitutiva de los "filósofos" de la Ilustración sería clave para legitimar la disgregación de la organicidad de la sociedad estamental en una mercantilización general de la sociedad y una centralización estatal de la política, y posteriormente también en adoptar dos posiciones siempre encontradas respecto a estos remanentes burgueses y burocráticos, encontrando refugio para sus intereses entre los primeros y espacio para sus pretensiones entre los segundos (republicanismo burgués y despotismo ilustrado, girondinismo y jacobinismo, liberalismo y socialismo). Los intelectuales serían la punta de la lanza de una secularización social de dos caras, una espontánea pero fuera de su propio control, y otra construida por estos pero artificial.[36]​ En ambos casos y sin importar cuál de los dos elementos tuviera mayor relevancia, ambos elementos se refuerzan mutuamente: si la burocracia impone sus intereses la sociedad se atomiza aceitando el futuro funcionamiento de la base social individualista limpiándolo de cuerpos intermedios, y en cuanto la burguesía impone los suyos el poder se centraliza y su potencial amenaza totalitaria aumenta en caso de que el Estado pueda ser engrandecido por una facción política. Se recrean así, constantemente y agravadas, las condiciones para futuros conflictos dentro del marco de una sociedad donde tanto la igualdad como la desigualdad tendrían un carácter democrático y finalmente ideológico y de masas:

Molnar analiza en qué forma esta mutación metafísica fue acompañada de un proceso socioeconómico y sociopolítico cuyo desarrollo dependió de aquella. Al igual que Nisbet,[38]​ descubre cómo los antiguos y diversos criterios yuxtapuestos de justicia para diferentes roles sociales relacionados hombre-a-hombre en una sociedad reglamentada por la tradición fueron necesariamente reemplazados por un uniforme derecho romano para individuos convertidos en mercaderes de funciones sociales impersonales.[39]​ El regreso a una mercantilización romana de la vida legitimará con su doctrina legal solo a las relaciones contractuales basadas en el asentimiento individual expreso que así pueden ser sancionadas por un Estado central, destruyendo para esos mismos individuos la posibilidad de organizar culturalmente su vida social y económica como parte de una sociedad de relaciones de mutua dependencia que no encontraran al poder como algo separado de sí mismas, cosa que terminaría sucediendo en la sociedad mercantil moderna:

Richard Weaver llega a las mismas conclusiones dentro del análisis cultural que desarrollaría en Las ideas tienen consecuencias:

Casi todos los autores liberales que estudiaron de cerca los proyectos sociales revolucionarios de ingeniería social jacobinos y marxistas, desde Alexis de Tocqueville a François Furet, han terminado teniendo una visión más cercana a la conservadora en cuanto a su visión del desarrollo histórico. Casi todos estos autores terminarían notando que el surgimiento de los mismos se había dado en sociedades que combinaban, a la vez, un incipiente espíritu libertario individualista y burgués, con un igualitarismo socioeconómico promovido por versiones del absolutismo que debilitaban la jerarquización social frente a aristocracias que ya no tenían un pasado feudal, como en Francia, o que jamás lo habían tenido, como en Rusia:

Para estos autores el jacobinismo y el bolchevismo aparecieron como interrupciones abruptas que en realidad ocultaban ser parte de una continuidad revolucionaria, que antecede a las revoluciones políticas mismas y cuyo origen está en la forma adoptada por características especiales de un Antiguo Régimen volcado, por influencia de la Ilustración, hacia la ilegitimación de las relaciones jerárquicas, a la separación de estas respecto a individuos particulares debido a la implantación de nuevos derechos de propiedad alienables, y por tanto, finalmente, a la imposibilidad de contener culturalmente el poder político burocrático mediante un dominio patrimonial sometido a una legitimación social por fuera del poder del Estado (la monarquía) que en última instancia debía derivar en una sociedad religiosa católica de la obediencia a las leyes de la autoridad divina. En reemplazo de esta, las nuevas organizaciones impersonales revolucionarias disputarían el poder recurriendo a una legitimación inversa sobre la base de abstracciones colectivas divinizadas que, superando a aquellos colectivos que habían creado las justificaciones individualistas de Hobbes y Locke para legitimar al poder público, el pensamiento radical igualitario fusionaría a los propios súbditos como sería caso de la "voluntad general" en Rousseau y que más tarde tomaría la forma de "consciencia de clase" en el comunismo marxista-leninista. Para los conservadores la historiografía de este nuevo credo y movimiento post-babeufiano intentaría monopolizar la interpretación de todos los procesos revolucionarios:

Furet, así como los tradicionalistas Molnar, Nisbet y Weaver, llegan a las mismas conclusiones que los pensadores políticos neoconservadores como Samuel Huntington, respecto a las tendencias modernizadoras de la estructura de poder por parte de las monarquías centralizadas dentro de los sistemas tradicionales,[44]​ y la relación entre la emergencia de una intelectualidad de clase media[45]​ y un proceso revolucionario con capacidad de reclutar miembros en sectores campesinos pobres[46]​ o en sectores obreros sin expectativas de mejora económica,[47]​ que termina corroborando la tesis leninista contra la marxista respecto al papel de la vanguardia intelectual en la política ideológica:[48]

La ideología como causa de la cual depende el poder tiene su primera aparición durante la primera etapa de la Revolución Francesa, se vuelve ejercicio del poder durante la segunda etapa, y tomaría su más alta expresión en las guerras civiles ideológicas entre facciones rivales durante el desarrollo de los movimientos socialistas, comunistas y anarquistas en el siglo XIX, y luego entre doctrinas que caracterizaron los movimientos totalitarios del siglo XX en las diferentes variantes del marxismo-leninismo y el fascismo:

Furet entronca el análisis de Tocqueville con el del historiador tradicionalista Augustin Cochin cuya perspectiva sociológica durkheimiana logra que se pueda llegar finalmente a la misma conclusión que Weaver y Molnar sobre el reemplazo que el igualitarismo radical termina realizando de la teología por la política y la final degeneración totalitaria del individualismo genérico:[51]

Thomas Molnar retoma esta idea que Furet rescata de Cochin, respecto al estudio de la intelectualidad como una clase social y cómo su carácter burocrático-político fue sobrepasada por lo que Minogue denominaría su dimensión ideológico-partidaria:

El obrerismo, sin embargo, debería ser solo un medio, no un fin, del movimiento comunista, y la tendencia espontánea de la clase obrera a la agremiación, creando y fortaleciendo cuerpos intermedios para compensar su condición mercantil, sería paradójicamente reaccionaria incluso respecto a la burguesía,[54]​ con lo cual solo la dirección del movimiento marxista podría encauzar su potencial como base para la construcción revolucionaria de la sociedad planificada y genérica.[55]

Eugene Genovese y Paul Gottfried: la reciprocidad comunitaria frente a la distribución comunista

El rescate de los autores tradicionalistas de la comunidad religiosa, tanto del occidente medieval como del cristianismo primitivo que le dio origen, implica un estudio del peculiar fenómeno occidental del feudalismo, en el cual autores como Alasdair MacIntyre suelen coincidir parcialmente con Marx,[56]​ particularmente en sus primeras obras. Engels muestra claros puntos de acuerdo con la percepción histórico-sociológica que los tradicionalistas tienen de la vida obrera en el orden comunitario occidental en su crítica a la modernidad burguesa, a pesar de que le achaque precisamente a dicha situación social la falta de privaciones que la lleven a una situación de conflicto y de cambio revolucionario:

En esta apreciación positiva de la familia, de la división de tareas y roles sexuales –como fenómenos naturales que persisten en ausencia de dominación y preexisten a la misma–, Engels concuerda con las críticas que los pensadores conservadores y contrarrevolucionarios dirigen a la sociedad moderna y posmoderna, lo cual perfila un germen de contradicción con la interpretación colectivista del comunismo que requiere la abolición de las relaciones personalizadas y privadas, y choca de frente con cierta antropología cultural del progresismo contemporáneo que considera en términos relativistas las diferencias de género como subproducto de una dominación patriarcal:

A pesar de las siempre presentes observaciones finales de cuño moderno e ilustrado, dirigidas a un particular comunismo impersonal orientado hacia toda la humanidad en forma política, los primeros autores marxistas no abandonan la idea tradicional de familia como portadora de los vínculos sociales necesarios para cualquier tipo de comunidad. La familia sería desvirtuada de su comunismo originario y personal, principalmente por la revolución social que impuso su versión burguesa, ya que la supuesta inhumanidad de su previo carácter privado nunca queda explicitado, y en cambio esta termina siendo glorificada como más estable y "sana" respecto a la familia moderna que sobrevive a la disolución del patriarcado. La misma lógica fue aplicada por el pensamiento marxiano para estigmatizar todas las formas históricas de propiedad a través de su forma burguesa, considerando a esta última la forma en la que la propiedad se sincera a sí misma y se libera de todas sus naturalezas políticas, funciones religiosas y trabas comunitarias, mediante la separación mercantil que exige la subsistencia egoísta fuera del control de los propietarios. Estas contenciones extraeconómicas supuestamente habrían estado en tensión con la propiedad, y de esta conclusión deriva la forma que tuvo Marx de apreciar y a la vez soslayar el comunitarismo y feudalismo de la sociedad medieval:

Los estudios comparativos sobre la vida burguesa-moderna respecto de la aristocrático-tradicional terminan, sin embargo, sacando a la luz uno de los puntos débiles del materialismo histórico, que es la demarcación como "modo de producción feudal" de una situación compleja, fundamentalmente sociocultural, económicamente dispar, en una zona particular del Occidente cristiano: es desde allí que surge un debate paralelo con el marxismo. A pesar de esta confrontación, muchos historiadores marxistas[60]​ reconocen que deben adaptar muchos de sus análisis frente a esta cuestión en particular, incluso para salvar al marxismo de una falsificación histórica en función de adaptarla a la fuerza a la teoría de los modos de producción:

Esta observación entronca tanto con la teoría de Polanyi sobre el fundamento religioso cristiano que condiciona el poder eclesiástico y toda la sociedad medieval (y que es parte de su crítica al marxismo), así como con la observación del primer Marx sobre la naturaleza no económica ni práctica del orden feudal cristiano como contrapuesta al orden burgués industrial, o sea, a la sociedad civil utilitaria cuyos cimientos el cristianismo habría difundido y a la vez encadenado mediante la sublimación espiritual de las raíces prácticas de la religión judía.[62]

El rescate católico de la comunidad medieval en el occidente feudal ha girado alrededor de la idea, no necesariamente consecuencialista ni mundana, que considera a esta como la síntesis entre lo privado y lo público: desde las comunidades con economías cerradas basadas en la reciprocidad, o aquellas formadas a partir de la distribución y redistribución comunista, pero sin embargo personalizadas. La comunidad orgánica y la sociedad feudal aparecen así, para estos autores, como un interludio histórico cuya conquista y caída ha llevado a una resurrección secular del milenarismo cristiano: el marxismo,[63]​ en la forma de idealización de la vida comunal remontándola imaginariamente a los comienzos de la historia. El filósofo político Paul Gottfried desarrolla esta idea a través de sus obras eclécticamente paleoconservadoras y reaccionarias,[64]​ de las que se destacan particularmente Los milenaristas conservadores: la experiencia romántica en Baviera y La extraña muerte del marxismo: la izquierda europea en el nuevo milenio. En contraste los tradicionalistas describen esta nostalgia comunista de Marx como una versión distorsionada e invertida del ideal religioso cristiano: la salvación del hombre sin Dios,[65]​ en forma similar a como la imagen idealizada de Rousseau de la vida de una aldea de cabañas sería una símil degradado del amor de Pascal por la Iglesia primitiva; ídem la idea de que los males sofisticados de la vida cosmopolita, las ciencias y las artes en vez de ser consecuencias de la perversión de la condición humana son en cambio sus causas, santificando así al hombre.[66]

Desde una interpretación realista parcialmente disidente con el romanticismo, ciertos autores trazan una línea desde la evangelización cristiana contra el paganismo urbano y el comienzo de una teocracia agraria, hasta el inicio de una suerte de decadencia a pasos, véase la autodeificación del hombre que hizo posible la revolución científica como base de la modernidad en Occidente, entre los que se cuenta como finales el orden burgués capitalista y el orden burocrático socialista y sus corolarios intelectuales: el liberalismo smithiano y el comunismo marxista.[67]​ Entre estos intelectuales y sociólogos cabe destacar a Richard Weaver y Robert Nisbet que rastrean el origen de la fractura del orden cristiano, respectivamente, en el nominalismo y el fin de la vida comunitaria. Los tradicionalistas ven la apología marxista de la crisis burguesa en la armonía social antigua como un intento de amplificar y dar sentido a la destrucción moderna que el mercado realiza de los cuerpos sociales intermedios mediante su reemplazo por una comunidad artificial que absorbe y reproduce en toda la población las características de generalidad abstracta propias del Estado.[68]

Así como la reciprocidad comunitaria no colectivista sería inconciliable con la propiedad y la distribución comunista, Karl Marx aclara reiteradamente que el orden social futuro que su movimiento representa y pretende alcanzar se encuentra en las antípodas del ideal social cristiano:

El conocido historiador marxista norteamericano Eugene D. Genovese dio un giro radical hacia la derecha cuando interpretó al marxismo como corolario burocrático-asalariado de la modernidad burguesa. A partir de la década del 90, Genovese dirigió su atención a la historia del conservadurismo en el Sur estadounidense, una tradición que Genovese llegó a celebrar y adoptar. En su estudio The Southern Tradition: the Achievements and Limitations, examinó a los llamados "Agrarios del Sur": un grupo de doce escritores, poetas, ensayistas y novelistas. En la década de 1930, estos artistas colectivamente escribieron "I'll Take My Stand", una crítica del humanismo ilustrado. Genovese llegó a la conclusión de que por su reconocimiento del pecado y la limitación humana, estos críticos describieron con mayor precisión la naturaleza humana que lo que lo hicieron otros pensadores. Los "Southern Agrarians", señaló, también plantean un desafío a los modernos conservadores estadounidenses y a su errónea creencia en la compatibilidad del capitalismo de mercado con los valores sociales tradicionales y las estructuras familiares. Genovese estuvo de acuerdo con los "agrarios" en la conclusión de que el capitalismo destruye esas instituciones. Donde alguna vez denunciara al liberalismo desde una perspectiva de izquierda radical marxista, ahora lo hace como un tradicionalista conservador (su cambio de pensamiento incluyó la conversión al catolicismo)

Régine Pernoud y Nicolás Berdiaeff: el marxismo como visión especular del milenarismo cristiano

El cristianismo milenarista fiel a su forma primitiva, que prosperó históricamente como espera apocalíptica durante toda la Edad Media, aparece frecuentemente como una extramundanización antitecnológica que fomenta necesariamente el desprecio por el mundo, el trabajo y los bienes materiales, y que deriva en una regresión a la vida agraria y la economía de subsistencia (muchas veces comunista). Esta oposición cristiana anti-histórica y anti-materialista contra todo orden social, que parece el reverso de la posición marxista, es entendida por los más importantes medievalistas como el origen mismo del marxismo:

El filósofo cristiano Nicolás Berdiaeff llegaría incluso a ver una Edad Media invertida, política, en los regímenes marxistas-leninistas y fascistas:

Incluso el concepto mismo de clase social del cual depende el marxismo provendría de un orden social mercantil, mientras que su ideario de armonía social tendría sus puntos de referencia en la vida social creada por la cristiandad occidental:

Incluso para el marxismo el "modo de producción feudal" es la organización social en la que mejor se expresa la producción para el uso directo, sostenida casi enteramente sobre la tradición o la "superstición", y relaciones mutuas de sujeción y pertenencia que apenas dan lugar a un intercambio periférico de mercancías,[73]​ en contraposición a los órdenes que representan una transformación permanente, en formas inconscientes y conscientes respectivamente: el liberalismo/capitalismo (como producción para el intercambio) y el socialismo/comunismo (como una vuelta superadora a la producción para el uso directo).[74]

Schumpeter explicaría el sentido de una posición reaccionaria frente a sociedades de cambio, incluso en el caso de que se asumiera que existe un finalismo en la historia y sus formas sociales "superadas" no pudieran reaparecer y solo intentar sostenerse:

La mayoría de los autores antiprogresistas comparten la crítica marxista respecto al "fetichismo de las mercancías" de la economía liberal burguesa, pero responden aplicando la misma vara al marxismo ya que este entraría así en contradicción con su propia objetivación y "fetichización" de las "fuerzas productivas", cuya capacidad de relacionar los elementos de la historia humana depende de que la conciencia cultural las tenga por determinantes. A su vez, estas "fuerzas" deberían determinar el carácter objetivo de las mercancías y de las leyes de oferta y demanda durante el período capitalista, siendo que este es visto por el marxismo como objetivamente necesario en un período determinado para el desarrollo de aquellas fuerzas tecnológicas y para la universalización colectivista de los principios individualistas de la sociedad burguesa como síntesis definitiva luego de la desaparición del proletariado. Además el capitalista es el único sistema social basado en el intercambio entre unidades de producción y el único que, de acuerdo al propio marxismo, "revoluciona constantemente las fuerzas productivas", ambas características que tal vez deberían darle al "modo capitalista de producción" la característica de orden permanente como "modo revolucionario de producción" gracias a ese mismo carácter de intercambio del cual es su corolario necesario y que en el caso socialista no existe (y el cual requiere dicha existencia siendo una economía compleja). La etapa capitalista tiene, para el marxismo, el doble carácter de ser 1) necesaria para continuar la evolución de las fuerzas productivas en un período dado; incluso su orden legal, como expresión de sus cambiantes relaciones sociales de producción, es una necesidad natural a dicho período[76]​ y no una construcción arbitraria de las clases dominantes en dichas relaciones o de las clases en pugna con estas:

Y 2) a la vez el carácter particular de poder permitir una evolución constante de las fuerzas productivas, al menos hasta cierto punto: un límite indeterminado salvo por supuestos esperados síntomas al nivel de las relaciones de producción, entre otros el esperado colapso por superproducción (sin embargo nunca fijado ni causalmente explicado al nivel de la historia de las fuerzas productivas: o sea, una tecnología cuya imposibilidad de desarrollo por el capitalismo implique tal colapso, pero que nunca fue fijada). Por lo anterior, si un período del desarrollo tecnológico requiere una revolución constante de sí mismo por una complejidad cualitativamente diferente (la economía abierta que implica el intercambio) solo tendrá validez progresista una revolución contra este orden revolucionario si y solo si se cumplen alguna de las siguientes dos premisas: a) instaura un orden que modernice la tecnología a pasos mayores, b) es requerido para seguir su evolución en caso de que aquel se detuviera por otro cambio cualitativo similar; sin embargo –señalan los conservadores– el período de desarrollo tecnológico no se ha estancado en un punto entre el siglo XIX y el XX que el capitalismo no pudiera continuar; además su carácter esencial no ha variado a una forma diferente al intercambio –sino por el contrario ha profundizado constantemente en él–,[78]​ y todas las revoluciones socialistas que promoviera el marxismo han intentado aplicar criterios políticos y distributivos estáticos a sociedades de intercambio: sociedades cuyas economías cambiantes requieren, en adición, una cultura maleable y para su desarrollo una adaptación de las burocracias a una permanente revisión destructiva de sus unidades de producción,[79]​ punto por punto inimaginable si este abandono ciego a la inercia de la necesidad tecnológica se somete a criterios de un interés político consciente. La conclusión general de esta tesis implica, sin embargo, para los que la adoptan, la particular situación de que hacia el capitalismo liberal las justificaciones se vuelvan progresistas permanentes –a la vez que el progresismo se vuelve liberal–, y las anticapitalistas se vuelvan reaccionarias –a la vez que las justificaciones conservadoras permanentes necesitan volverse reaccionarias (al menos contra el capitalismo) si quieren defender un "orden no-revolucionario"–, incluso en algunos extremos, como curiosa síntesis, "comunistas reaccionarias", no-igualitaristas y expresamente no-marxistas (Mably, Huxley, Houellebecq), cuya facticidad histórica es más fácil de descubrir y cuyo pesimismo antropológico (de corte freudiano) es más fácil de aceptar.[80]

Karl Marx hizo reiterados comentarios, en diferentes momentos de su obra, sobre la peculiaridad de la sociedad del occidente feudal. Aunque la mayoría de los historiadores, sociólogos y economistas ven a la Edad Media católica como una regresión económica y social al sistema neolítico, localizada en una zona de Europa por influencia del cristianismo,[81]​ quienes todavía la consideran una formación social e incluso económica diferente reconocen el carácter distintivo de la misma.[82]​ El propio Marx llamó la atención del fenómeno feudal como una formación social y económica diferente a las demás, no solo porque las relaciones de explotación se basaban en una coerción extraeconómica (como fue el caso del esclavismo) y no en una dependencia para con el orden económico (como en el caso capitalista), sino porque además la clase dominante, formada por el desarrollo de las fuerzas productivas y la propiedad nobiliaria de tierras y armamento, no desembocaba en un parte necesaria de las relaciones sociales de producción (que se mantenían autónomas) sino que simplemente se mantenía a sí misma en forma parasitaria de una organización económica que le era mayormente ajena (en la que incluso se dieron espontáneamente formaciones comunistas particulares). A la explicación que Engels ofrece de la sociedad feudal, más social, política y militar que económica,[83]​ cabe agregarse la exclusión de Oriente de cualquier identificación con el feudalismo[84]​ y la visión de este último como un fenómeno singular de Occidente que debería considerarse regresivo en los términos productivistas del marxismo, o bien una contradictoria evolución alternativa de la historia que por su propia naturaleza sería a la vez más fácil de hallar en las proximidades de estadios primitivos del desarrollo tecnológico. Todas estas "lagunas explicativas" han sido consideradas cruciales para reconsiderar críticamente el marxismo ortodoxo:

La economía agraria no sometida a servidumbre no era necesariamente comunista y sin embargo no podía implicar, desde dentro del punto de vista marxista, explotación interna alguna ya que no existía separación entre el trabajador y la propiedad (sea sobre la tierra o los instrumentos), hecho que tomaba su forma más clara en la propiedad privada en la organización feudal del artesanado en la corporación medieval, que contradice el supuesto de un conflicto intrínseco entre propiedad y comunidad:

Marx resolvería en forma forzada este acontecimiento considerando el "momento singular de las relaciones de producción" que constituye al "sujeto trabajador como propietario" como parte de un devenir históricamente necesario que sería superado con la futura "relación de capital", ya que tal derivación olvida el hecho de que su mismo origen es accidental y parte de la geografía política medieval que no tiene más condiciones para su ulterior desarrollo que el que puede tener la economía romana en relación con las invasiones germánicas que hicieron posible el feudalismo.[87]​ Por otra parte Marx describe una suerte de "comunismo feudal primitivo"[88]​ en El Capital como una de otras tantas formas que podían tomar las economías campesinas, sujetas o no al dominio señorial, en forma parecida al sistema patriarcal de clanes de Escocia[89]​ comentado por Engels junto con el Mir ruso,[90]​ donde la comunidad voluntariamente cooperaba con el señor feudal y no había relaciones de explotación por interdependencia económica o coerción extraeconómicas salvo la cultural y religiosa:

El antropólogo y sociólogo Marvin Harris llega a comentar incluso que esto se reitera en los análisis posteriores de Marx:

Estas diferentes variantes de comunismo religioso y tradicional, así como todas las demás formas comunitarias dadas dentro de diferentes órdenes sociales han llevado a muchos marxistas a abandonar el historicismo marxista, a relacionar la posibilidad del comunismo con el ascetismo y a no esperar del proceso histórico la conversión de un socialismo estatal a un indefinido comunismo futuro productivista sin división del trabajo.

El cristianismo y catolicismo primitivo han sido así tomados como modelo de comunidad pura, expresadas inintencionalmente en el comunismo monástico, ya que no es un proyecto de reforma social sino el resultado de una postura ascética trascendental y extramundana. El cristianismo generó fenómenos comunistas precisamente porque el comunismo es, para los conservadores (estén estos a favor o en contra del comunismo), incompatible con la economía: la visión del cristianismo tradicional es contraria al humanismo secular ya que la solución a los males de la condición humana depende de un cambio en su naturaleza, transformación que solo puede realizarse exitosamente por una entidad infinitamente superior al hombre. Dichos males, inscriptos en la naturaleza humana y animal, no se reducen a consecuencias de formas sociales (opresivas o incorrectas) dentro de las que los hombres se relacionan, ni tampoco a que no se haya alcanzado un ideal estado de cosas respecto a la riqueza (sea que dicha carencia se relacione con la desigual distribución de los bienes, como creen los teóricos radicales, o con la poca productividad, como creen los teóricos liberales), sino con la separación entre el universo humano y su creador absoluto.

El filósofo de la política Bertrand de Jouvenel, a pesar de no hacer una clara distinción durkheimiana entre comunismo y socialismo,[93]​ resumió la crítica reaccionaria al defecto intrínseco del productivismo en el colectivismo marxista, incluso en su etapa comunista y sin división del trabajo. Es así como el autor resume, rozando una justificación social de la ascesis religiosa, la crítica del comunismo cristiano al socialismo marxista:

Algunos autores cuestionan esta postura extramundana si no va acompañada de una solución extramundana, ya que si se acepta la suposición de que la búsqueda individual de bienes económicos dentro de una comunidad comunista no llegaría a convertirse en causa de conflicto debido a una superabundancia productiva en la etapa comunista, existen otras causas más fundamentales para el conflicto, y que serían las movilizadoras de aquella:

Otro enfoque a la cuestión es el de los comunistas cristianos, que no hacen una defensa cristiana de procesos revolucionarios comunistas no-cristianos y seculares, como es el caso de la Teología de la Liberación, sino que promueven otro comunismo basado directamente en la religión y organizado de acuerdo a esta sobre la base de un completo desinterés por los bienes materiales, basándose en la descripción bíblica de la vida dentro de la Iglesia primitiva:

Según sus críticos, los cristianos comunistas interpretan algunas enseñanzas de los primeros apóstoles meramente como comunismo y perciben su organización comunitaria solo como una centralización y distribución central de la producción, olvidando que esta combinaba relaciones de reciprocidad cuya contribución es decidida por cada individuo, no pudiendo ser fácilmente clasificable de acuerdo a las citas bíblicas:

Los cristianos anticomunistas han hecho énfasis en que no solo esto no tendría parecido con el socialismo/comunismo político como el que representa el marxismo, sino que además la forma de organización socioeconómica descrita no era siquiera una forma de comunismo sino una forma de comunitarismo económico en el cual los integrantes seguían siendo propietarios privados que contribuían libremente a la distribución. Sin embargo omiten a su vez el hecho de que esta propiedad ya había sido puesta en común aun cuando la contribución personal fuera totalmente voluntaria, puesto que lo privado y lo común se encontraban entremezclados en las descripciones bíblicas como parte de una economía del don.

Varios representantes de la Escuela Histórica Alemana han servido de sostén, con o sin intención, para un este rescate judeocristiano de la comunidad (la Gemeinschaft económica) en diferentes órdenes sociales, entre ellos Max Weber[98]​ y Karl Polanyi.[99]

Max Weber describió no solo el caso de las comunidades económicas inscritas en el marco del feudalismo militar, sino también la vida social de la Iglesia primitiva a la que especificó como una particular comunidad basada en una organización de propietarios que negaban, sin embargo, la propiedad en la práctica; agregando a esto que sus miembros no poseían interés alguno, ni individual ni colectivo, en los bienes materiales en sí mismos:

Karl Polanyi promovió directamente un socialismo moralmente cristiano (o basado en principios cristianos), pero intentó tanto distanciarse de una posición que implique la necesidad de una organización religiosa del mismo, como distinguirse de la defensa de un socialismo amoralmente organizado como es el caso del promovido por el marxismo. El autor también destacó que tanto la imagen privatista como la comunista del "buen salvaje" primitivo resultaron antropológicamente falsas.[101]​ Particularmente resaltó los errores en que incurrió el marxismo por utilizar diferentes categorías relacionadas con la ubicación del trabajo para clasificar los sistemas económicos.[102]​ Polanyi menciona cómo diferentes clases dominantes de la Antigüedad y la Edad Media tenían como subalternas a clases que sin embargo tenían acceso a ocupaciones lucrativas que eran prohibidas en aquellas, y que las convertían en clases más ricas (como la burguesía urbana medieval) que los estamentos socialmente dominantes a los cuales intentaron trasladarse durante el deterioro del orden feudal y la compra de títulos de nobleza.[103]​ Finalmente la acusación se dirige contra el carácter "hipercrítico" de la cultura política moderna, tanto en Adam Smith como su disparador hasta Karl Marx como su continuador, por haber estigmatizado en el público de la democracia de masas a la moral política como una ilusión manipulativa instrumental a los fines de un poder opresivo, cuando en realidad –en términos nietzscheanos– sería a la inversa: incluso si se aceptara que tiene sentido engatusar a una previa población de esclavos, la "justicia" y la "libertad" deben existir previamente como ideales entre los súbditos para que tales conceptos puedan servir como cebo.[104]

Alasdair MacIntyre y Leszek Kołakowski: la imposibilidad de la moral en el clasismo marxista

La "ley moral" es, para los conservadores, la única forma de proveer un criterio de común aceptación social mediante el altruismo; y sin moralidad no habría forma de conciliar intereses que pudieran estar contrapuestos. Desde la perspectiva marxista los intereses individuales son, dentro de cada clase, concebidos como interdependientes, o bien con un interés común público que los coordine, y muchas veces hasta subjetivamente comunes en términos absolutos (por lo cual ciertas clases dejan de ser tales si no se conciben subjetivamente como clases, lo cual genera un círculo vicioso solipsista en la definición); mientras que fuera de las clases –y entre ellas– los intereses son antagónicos. Los intereses cohesionados estarían per se contrapuestos a través de las clases ya que se reducen a obtener la mayor cantidad del total de bienes existentes, como suele entenderse la versión marxista de la puja económica entre diferentes clases sociales: el volumen de producción sería independiente de la distribución y por ende los intereses contrapuestos de cada clase pueden concretarse en forma absoluta. Sin embargo que exista semejante contraposición de intereses no prueba, recalcan los conservadores, que dichos intereses sean mutuamente contradictorios. Al describir los intereses formando una "contradicción" se implica que una de las partes estaría en "mejor" condición si la otra no existiera (o sea: en comparación con una situación imaginaria "ideal" donde solo existe una parte), o bien que su inexistencia como parte es preferible a su existencia relacional (con lo cual, para concebir la relación orgánica como explotación, hay que imaginar a los individuos de una de las partes en un estado mejor si no fuera parte de esa relación dual). Si así fuera, si cualquier contrariedad de intereses fuera sinónimo de contradicción (sea o no asociada a una situación de explotación intrínseca), entonces todos los individuos por solo ser tales se encontrarían entre sí en una situación idéntica similar a la de la "lucha de clases". Pero si, a la inversa, el egoísmo indefinido de una clase respecto de otra puede ser la fuente de conflicto de la misma forma que el egoísmo indefinido de un individuo respecto de otro, entonces la elección interesada de una clase social (entre su propio interés y el de la clase ajena) es un problema eminentemente moral, similar al que pudiera ocurrirle a un individuo al elegir si un bien cualquiera es para sí o para otro individuo. La elección nietzscheana del interés como voluntad de poder por sobre el juicio moral (que es la forma de Foucault de entender la lucha de clases)[105]​ aparece, a los ojos de los conservadores, como la degeneración de un cinismo egoísta del cual el marxismo es solo un paso de transición, puesto que incluso la elección entre ser explotado y liberarse de la explotación (sea para un individuo o para una "clase") es en sí misma una elección posible (y por ende moral) que parte de la premisa deontológica por la cual, o bien se concibe que la libertad es el deber ser no solo para una de las partes, o bien se concibe que es un deber ser de la propia parte contra la otra. Incluso afirmando que en la teoría marxista el interés de clase está predefinido sociológicamente, y que en las teorías posmodernistas está predefinido simplemente por contraposición en una relación de poder de suma cero, la elección de realizar ese supuesto propio interés egoísta es en sí mismo moral y debe fundamentarse por fuera de sí. (Solo el austromarxismo ha recogido el guante de esta crítica –así como de la popperiana que demuestra que el historicismo no sirve de interés egoísta-individual presente para que el proletario adopte un supuesto interés de clase–;[106]​ algunos autores de esta corriente replantearon éticamente –mediante una versión neokantiana del marxismo– la fundamentación de la lucha de clases por el socialismo en términos morales exógenos al conflicto). Marx intentó rebatir el núcleo de la concepción conservadora respecto a la existencia de una moral universal, sea esta natural o inmanente a la realidad, o sobrenatural y trascendente a la misma. Sin embargo reconocería que, así como los principios universales de la lógica, también permanece a lo largo de la historia una misma idea nuclear de la moralidad, por lo cual procuró desnaturalizarla relacionándola con la historia de la lucha de clases sin explicar el vínculo entre esta y aquella. En este sentido el pensamiento progresista ha tenido que salir en auxilio de una idea reaccionaria consistente en reconocer que la relativización de la moral termina por perder su propia justificación y solo se torna coherente en el irracionalismo postmoderno, por lo cual no existe un necesario proceso histórico sino una evitable situación de entropía localizada en la modernidad occidental y racionalizada en términos clasistas por parte del marxismo y del leninismo:

Existiría, pues, un "tribunal moral" en el marxismo que se encontraría por encima de las clases beligerantes, presidido por una "diosa Historia" que coincidiría siempre, bien sea con la liberación de clases subalternas oprimidas o presuntamente oprimidas, bien con nuevas formas de opresión necesarias para desarrollar esas supuestas potencialidades de la sociedad que se requieren para crear la futura perfecta liberación comunista que conquistará la plenitud de la existencia humana emancipada de sí misma. En cualquier caso, este juicio moral apela a la moral preexistente para justificar su propio rechazo:

El recurrente regreso del clasismo moral a la distinción entre una moral universal "alienada" pre-socialista, y una moral "humana" post-socialista, se hace, en todos los casos, sobre criterios basados en la realización de ideales abandonados o traicionados que no son si no propios de la moral tradicional en general, y en particular la occidental y cristiana. Esto no sería otra cosa que, incidentalmente, una justificación moral reaccionaria del progreso histórico. El mismo historiador progresista Edmund Wilson refiere que, a pesar de su supuesta moralidad superior, Lenin analizó o trató de plantear estas cuestiones menos aún que Trotski, ya que lo mejor que Trotski habría podido hacer es señalar al pasado, hacia Lenin: es decir, mostrar que hubo una vez "un gran bolchevique" que fue "una persona humanitaria y entregada". Y, sin embargo, la hipocresía de un amoralismo moralizante terminaría por realizarse en el propio personaje de Trotski durante el totalitarismo bolchevique, a la vez que la individuación del egoísmo revolucionario se encarnaría en sus propios realizadores convertidos en "free riders" del colectivismo convertido en interés directo solo para la vanguardia profesional:

La amoralidad intrínseca que deriva de la relativización histórico-sociológica de los criterios deontológicos se traduce en una praxis política igualmente amoral, solo justificada en intereses clasistas que no pueden traducirse en abstracciones idealizables salvo para fines retóricos que no contaminen a la misma dirigencia:

En la visión que Marx ofreció del comunismo, la representación de los intereses de clase reside en los liderazgos revolucionarios exitosos cuyo egoísmo no estaría en conflicto con el interés de la clase que dicen representar:

Sin embargo el mismo modelo marxiano afirma que la representación no puede residir en los intereses directos de los miembros individuales de las clases, ya que su egoísmo particular sí se encontraría escindido del interés colectivo de la clase. Por lo tanto el proletariado debe ser impulsado por el discurso moral (la "moral revolucionaria") pero no estar limitado por el mismo respecto de los enemigos señalados, de forma que la elite revolucionaria pueda ser amoral sin encontrar límites a sus mandatos en la moralidad profesada para atacar a la sociedad existente. El mismo Marx dejaría en claro esta posición demagógica:

Suponer que toda lucha de intereses debe ser amoral implica reducir su realización objetiva a expresiones de un egoísmo infinito (sin condicionantes externos o neutrales), y por tanto cualquier forma de altruismo de clase se convierte en una ilusión solo por suponerse perjudicial a la misma. Paradójicamente, un egoísmo colectivista defendido para una clase supuestamente fuerte (pero oprimida socialmente gracias a trabas morales ilusorias impuestas por explotadores débiles), se convierte inmediatamente en un egoísmo individualista que disuelve la unidad de dicha clase[113]​ y refuerza a quienes son realmente más fuertes convirtiéndolos en opresores sociales por no tener esas trabas morales (consideradas ilusiones impuestas por los débiles explotados, entendiendo por estos ahora a los pobres). Cabe mencionar que, en cuanto la moralidad se considera un freno para los oprimidos en vez de un freno para los opresores, necesariamente se asume que los opresores se volvieron tales –gracias a la moralidad– desde una situación previa de debilidad y subordinación.[114]​ Si se acepta tal fusión entre pensamiento nietzscheano y libertarismo progresista, nuevamente restan dos opciones: o los fuertes socialmente oprimidos son los económicamente dominantes (y entonces la explotación es de los pobres a los ricos, en términos randianos), o los fuertes pasaron de ser social y económicamente dominantes a ser dominados y explotados por una minoría moralmente dominante (y entonces su dominación moral fue previa a su dominación social). En cualquiera de los dos casos la reinterpretación de la tesis nietzscheana de la moral en términos izquierdistas (como inversión en la relación de poder entre clases) es absolutamente contradictoria con el marxismo.[115]​ Conservadores de orientaciones dispares suelen coincidir frecuentemente en su crítica al posmodernismo ya que para estos los intentos posmarxistas de compatibilizar el igualitarismo de izquierdas con el culto amoral a la fuerza positiva son sociológicamente vacuos y finalmente contraproducentes (necesariamente funcionales a una derecha nietzscheana). Sea el materialismo entendido en términos economicistas (Smith) o productivistas (Marx), o sea la mera voluntad de poder (Nietzsche), o una mezcla de todos estos elementos (Foucault), la exaltación (necesariamente naturalista) del interés amoral anula, para el conservador, cualquier referencia a una instancia superior que posibilite el reconocimiento medido del interés ajeno, y con este elimina cualquier posibilidad para la cohesión social altruista en un esquema marxista, sea comunista o socialista –y especialmente en este último caso,[116]​ incluso si no es marxista, ya que los fines no pueden ser comunes:

El filósofo y sociólogo tomista católico Alasdair MacIntyre contestaría a los marxistas y neo-marxistas que deducen una moral relacionada con el proceso revolucionario justificada en la finalidad comunista trazando la genealogía de las ideas desde Kant y Hegel hasta Marx. Para estos no es necesario apelar al aristotelismo y su noción de virtud para resolver las contradicciones de la moral liberal, sino que a través de la noción de autonomía humana, rescatada de sus formulaciones individualistas originarias, se puede restaurar la apelación a una posible forma de comunidad donde la alienación haya sido vencida, abolida la falsa conciencia y al mismo tiempo realizados los valores modernos de igualdad y fraternidad. Llegando a conclusiones similares a las de Allan Bloom, la respuesta de MacIntyre se concentraría en el problema que la dialéctica marxiana tiene al rechazar una justificación moral que sin embargo requiere para alcanzar sus fines:

El filósofo Leszek Kołakowski defendió, en su período marxista, la idea de que el comunismo como militancia política podía incluir un sentido moral, puesto que según este el desarrollo de una moral comunista no derivaría simplemente de una transformación de las relaciones de propiedad, sino que a la inversa una preocupación por los medios humanitarios no puede esperar a la imposición del comunismo sino que el propio comunista debería ser ya el producto superador que hace posible la transformación de las relaciones de propiedad. Por tanto, si la superestructura ideológica del revolucionario comunista refleja una comprensión vulgar a Marx y Lenin respecto a la subordinación de medios a fines, entonces o bien el comunismo terminará adoptando una forma política amoral que no será la promesa marxiana, o bien el régimen revolucionario influido por esta moral consistirá en un paso histórico que no será propiamente comunista:

Más tarde, con su conversión al catolicismo, Kołakowski abandonaría esta posición algo ingenua respecto a los objetivos del comunismo revolucionario y a la obra de sus ideólogos, pero sus primeros análisis ya reflejaban lo que sería uno de los primeros objetos de su preocupación: la instrumentalización que la ortodoxia marxista-leninista había hecho de la moral y de la propia doctrina.[120]

Kenneth Minogue y Julien Freund: la dialéctica opresor-oprimido en el análisis del conflicto

La acción política liberal fundamentada a la manera de Karl Popper y Friedrich Hayek sobre la idea neosocrática de diálogo plural de ideas políticas, une el evolucionismo de Adam Smith y la tolerancia propugnada por John Stuart Mill, y establece a la estructura económica burguesa como único marco hasta el presente que posibilitaría dicho diálogo racional, tesis compartida y explicitada formalmente por el autor liberal-conservador Kenneth Minogue quien, en la obra La teoría pura de la ideología, se dedicó a observar la noción marxista de ideología:[121]​ en principio un conjunto de ideas funcionales de un individuo, que dan justificación y validez universal a sus intereses; intereses entendidos principalmente como la preservación de sus medios económicos de subsistencia una vez adoptados (excluyendo de esta categoría su uso o los fines de consumo, que volverían a los intereses socialmente teleológicos e infraestructuralmente culturales). Los intereses en estas reducidas "condiciones materiales de existencia" estarían pretederminados tecnológicamente por la particular relación social del individuo con su ubicación en la división del trabajo, cuya forma no sería modificable ni elegible, esto es: sus fines serían necesarios en vez de libres. A su vez serían colectivos y no solo comunes, lo que los haría coincidentes con los de sus miembros integrantes incluso en negocios separados por el mercado, sea como "los empresarios" o "los asalariados":

Estos intereses, así definidos, tienen la característica de no ser comunes a la sociedad salvo con miembros de la misma clase, y contrarios con las otras clases en forma intrínseca, ya que su naturaleza es la de participar en una relación orgánica dual de opresores-oprimidos. La "relación de dominación", interpretada ipso facto como opresión, no se puede medir en los sujetos dominadores y dominados (u opresores y oprimidos), porque esta misma hace posible que existan. Sin esta relación serían algo totalmente distinto, con lo cual, si se presupone que este tipo de relaciones son las constituyentes de toda la sociedad, la dominación lo determina todo y por ende no solo es imposible de mensurar sino que además no se puede corroborar. Minogue plantea luego e inmediatamente una versión inversa a este presupuesto de una "opresión como medida de todas las cosas", poniendo de cabeza sus premisas básicas y revirtiendo la que considera fue la falsificación que la ideología hizo de la política y de su propio término.[123]​ Para el autor las ideologías propiamente dichas son sistemas cerrados de ideas que presentan una solución social a todos los problemas humanos vinculando los mismos con las diferencias sociales y procurando eliminarlas. Estas ideologías se componen de ciertos elementos que se requieren mutuamente: ser en principio pseudo-revelaciones que, para reducir toda la realidad a la existencia de grupos y géneros con predeterminados intereses opuestos que encarnarían en sí mismas un sistema de opresión (que incluye la opresión de unas ideas funcionales por otras), requieren de corolario, por un lado, interpretar ciegamente el concepto de liberación como eliminación de dichas clases, y por el otro, el trato pragmático-revolucionario de todo pensamiento funcional a estas como sistemas de ideas (como ideologías) basadas en falsas racionalizaciones (siendo la verdad incognoscible salvo en la realización de la lucha revolucionaria). Ambas características de la noción de ideología de Minogue como "dogma crítico" se destacarían particularmente en el marxismo, como primer gran ideología sistémica y forma no-idealista de jacobinismo, en su concepción política de la lucha de clases que puede terminar en contradicción con su base social si se la concibe como una puja violenta y consciente en vez de condicionada por límites sociales que las condicionan y las hacen posibles:

Todas las ideologías tendrían como particular característica su tendencia a degenerar en "sociologismos" y "psicologismos" autocontradictorios, para llegar finalmente a teorías conspirativas en las cuales las formas de organización social no serían necesidades históricas que generarían a los grupos sociales dominantes y sus "ideologías", sino a la inversa serían elites las que crearían la sociedad con una ideología que haría posible su poder. Esta tendencia a la banalización izquierdista del marxismo sería destacada por varios críticos liberales,[125]​ y su observación ha sido compartida por los autores marxistas clásicos: una crítica al capitalismo basada en una teoría conspirativa con el fin de achacarle a este la condición de "explotación perfecta" o "ideal" jamás podría ser marxista ya que significaría poder obviar cualquier explicación e implicaría que la organización social es una construcción consciente, que no tendría por qué tener una forma definida ni mucho menos derivar en una crisis, ya que sería creada ex nihilo por parte de agentes autónomos de su contexto social: el capitalismo sería la invención de un grupo –que no podría ser capitalista previamente– para ejercer un dominio que ya debería poseer previamente para construirlo, y cuyas condiciones sociales de existencia serían inexistentes o bien no determinantes. Muy por el contrario, el marxismo incluso explica la existencia de la ideología capitalista como un condicionamiento social, noción de causalidad cuyo abandono los liberales, en paralelo con los autores conservadores, achacan a los fines propagandísticos de ciertos divulgadores pseudo-marxistas, con conocimiento de la mentalidad contemporánea, que intentarían convertir a "Marx en Goebbels":

El científico político Giovanni Sartori analiza en detalle esta última idea, que el epistemólogo Karl Popper ya había denunciado como parte de un marxismo vulgarizado y malinterpretado,[127]​ en la cual la retórica ideológica del totalismo, otrora en germen, ha abandonado su origen instrumental para convertirse en doctrina. Pero, para los liberales, así como para los conservadores, esta degeneración de la ideología marxista es una tendencia innata a su propia concepción de la ideología como racionalización clasista y al supuesto de que todo pensamiento se encuentra impregnado de la misma:

También la supuesta comunidad de intereses entre grupos (clases sociales, géneros, razas), que el ideólogo requiere para justificar el conflicto, no solo es arbitraria,[129]​ sino que la misma visión ideológica de la sociedad es, en realidad, la sociedad ideológica que esta genera, ya que aunque presuma combatir un sistema de opresión donde sus elementos son orgánicamente funcionales, dicha opresión dependería solo de su ocultamiento (cuando en realidad tal ocultamiento requeriría de una opresión preexistente) y no sería realmente funcional en tanto no fuera planificada (planificación que la ideología sí necesita generar). Es por esto que la comunidad de intereses interindividuales que presume el revolucionario ideológico es una ficción útil (el leninismo habría sincerado este hecho al afirmar que "los burgueses compiten para vender la soga con la que los van a ahorcar"), pero termina siendo una realidad forzada cuando la ideología llega al poder. Minogue, siguiendo en esto a la historia sociológica de Augustin Cochin y a su concepción de un nuevo poder de organizaciones ideológicas, vuelve contra las propias doctrinas sistémico-clasistas (que tratan de "ideológico" a todo pensamiento), la acusación de reificación ideológica en nuevos términos, particularmente al marxismo la generación y dependencia para con sus propios intereses revolucionarios en una lucha de clases:

El ensayista e historiador Arthur Koestler, autor de la célebre novela anti-totalitaria El cero y el infinito, resume su propia vivencia del "pensamiento ideológico" durante su etapa como militante comunista, y define a manera biográfica, pero en forma muy similar a Minogue, las implicancias de una estricta fidelidad a la interpretación marxista oficial del movimiento, esto es, una verdadera adopción de una cosmovisión dialéctica del mundo en el cual el único marco de referencia es la dualidad de agentes humanos (individuos, grupos y clases) cuya entera existencia se define por la relación que tienen entre sí, siendo esta interdependencia no solo absoluta sino además infinitamente antagónica:

A pesar de la descripción de la relación dialéctica de opresión como explotación económica de cierto tipo, no le es permitido al militante hacer evaluaciones frente a la premisa del antagonismo absoluto entre clases, así como tampoco en los intentos de definirlo puede este intentar poner la hipótesis de opresión a prueba ya que esto requeriría aceptar la necesidad de una instancia gnoseológica neutral –más allá de la "percepción como opresor" y de la "percepción como oprimido", y por ende negación de una opresión absoluta que incluya la consciencia–. Según el filósofo político conservador Julien Freund, es una exigencia del pensamiento ideológico que la sola posibilidad de esta instancia debe ser prohibida al activista, el cual solo tiene la opción de tomar parte en uno u otro bando frente a la así dogmática premisa del conflicto y la disolución de las partes en una síntesis superadora:

La toma de posición no puede tener más justificación que los criterios de éxito provistos por el historicismo tecnológico que es el único elemento que el marxismo provee a manera de un marco –y a diferencia de lo que acontece en la sociología del conocimiento– siempre por encima de aquel. Esta infraestructura, cuya relación con la producción social es invisible, debe sin embargo ser aceptada como irrefutable: rechazarla, siendo la única forma marxista de explicar en forma materialista el cambio histórico, implicaría para el militante regresar a una interpretación hegeliana pura del progreso dialéctico, basada en un idealismo absoluto supuestamente autorreferente, cuya negación es el origen de la toma de distancia de Marx frente a Hegel y el punto de partida de toda su estructura de pensamiento.[133]

Max Weber y Joseph Schumpeter: los problemas de la causalidad genética unilateral en el materialismo histórico

El cofundador del pensamiento marxista, Friedrich Engels, en una carta olvidada por muchos marxistas, había llamado la atención de que el materialismo histórico afirma, al contrario de lo que muchos suponen, que los intereses económicos (a su vez determinados por las fuerzas productivas, i.e. la tecnología) no son la única determinación de los procesos históricos, sino solo su filtro de última instancia:

El sociólogo clásico Max Weber ampliaría esta perspectiva hasta volverla pluricausal, reiterando así la afirmación de Engels acerca de la evolución propia y autónoma de cada uno de los factores, pero insistiendo en que su desarrollo no es determinista y su origen no es económico: para el autor si se acepta, con Engels, que la historia es la suma de todos estos factores entonces necesariamente la influencia recíproca de fuerzas en un todo debe implicar que, si la religión y la cultura no se adaptan necesariamente a la economía, la economía debe adaptarse a estas. Esto significa que la religión, como la expresión cultural más acabada que define el rol del hombre en el universo, debe dejar de ser concebida como el resultado de la producción de la superestructura de la sociedad. Si la cultura no se interpreta ni como una fabricación ni como una selección de ideas ideológicas que haría una sociedad en función de sus propios modos de producción económicos, la mitad sociológica de la crítica marxista a la religión cae por el suelo. Deja de ser la religión dominante meramente el producto de una concepción de ideas políticas que tiendan a reafirmar la estructura económica existente, para pasar a descubrirse como un fenómeno social independiente con una dinámica propia doctrinal e institucional, con el cual aquella necesariamente interactúa y del cual depende para concretar su forma:

Por otra parte esta múltiple interrelación de "fuerzas" (olas sociales que pueden entenderse recurriendo a "tipos ideales" y no suponiendo el carácter esencial de las mismas) solo podría desarrollarse en el tiempo si la evolución de cada una de ellas no está predeterminada por su pasado en una suma de viajes unidireccionales, ya que de otra forma todas deberían evolucionar en forma coincidente o anularse mutuamente hasta obstaculizar todo desarrollo.[136]​ Esto implica que el trayecto de cada uno de estos factores no es necesario sino contingente, y que, sin irse más allá de sus internas condiciones lógicas de posibilidad, al ser afectadas mutuamente por otras, pasado un cierto punto llegan a cambiar de rumbo dentro de una pléyade de posibles direcciones. La existencia de un camino dado resultante particular en la historia, se explicaría por un pasado previo también particular (no intrínsecamente necesario a su ontología material) cuyos elementos formaron una resultante específica, lo cual posibilita en la sociología weberiana un nuevo instrumento de análisis contrafáctico para la comprensión de la historia: imaginar una alteración en el orden de dichos elementos en el pasado y desde este cual habría sido el necesario trayecto futuro, sin por eso implicar ni determinismo ni indeterminismo físico alguno, ya que la variación de las premisas históricas es imaginable por una variación mínima en la historia entera del mundo material por una modificación desde su origen.[137]​ Semejante conclusión no solo incluye a la religión, la cultura o la política, sino también a la sociedad y a las formas de organización económica (generalizadas por Marx a toda la sociedad como "modos de producción"), desligándolas así de una determinación necesaria con la base tecnológica ("fuerzas productivas") sobre la que se construyen, lo cual explica un fenómeno que Marx habría dejado sin fundamentar: que Oriente tuviera, con similares fuerzas productivas, un por completo diferente modo de producción que Occidente: el llamado "modo de producción asiático". Tal esquema pluricausal sin determinantes lineales[138]​ es una idea weberiana de gran influencia sobre el liberalismo y que posibilita entender, mejor que el marxismo (por este necesitar adherir al enfoque unilineal de la evolución social, junto con Comte, Spencer, Morgan y Durkheim, aunque con reservas), no solo las similitudes y diferencias entre formas de organización económica entre diferentes zonas geográficas dentro de un mismo momento histórico,[139]​ sino además incluso poder pensar en cursos diferentes para diferentes formas de desarrollo tecnológico[140]​ como resultante de la influencia cultural[141]​ sobre el correspondiente desfasaje en el progreso de ciertas técnicas por sobre otras.[142]​ La sociología weberiana es, de esta forma, no tanto una antítesis como una síntesis crítica entre la sociología marxista y una ampliación enriquecedora de las ideas de la sociología tocquevilliana con gran influencia de las reflexiones nietzscheanas sobre el poder y la moral:

Esta visión conservadora de la necesaria autonomía lógica de los fenómenos culturales tiene un antecedente incluso en el sistema post-hegeliano de Marx, quien durante su época de periodista terminaría defendiéndose a sí mismo de la acusación de un interés material en sus medios de subsistencia, y elaborando sintéticamente un argumento que sería el opuesto exacto al que habría desarrollado casi inmediatamente. En su defensa esbozó que, incluso en una economía de intercambio de mercancías, las ideas, los fines y los objetivos personales y/o culturales ("superestructurales") pueden ser autónomos respecto a la necesidad de obtener aquellas en abstracto a través del dinero dentro de un entramado socioeconómico ("infraestructural"). Marx demostró así que, si acaso fuera de otra forma, el periodista se sometería siempre a las ideas imperantes de su público, y lo serviría mediante la libertad industrial como un productor de bienes sirve a los consumidores. Del hecho de que el oficio del periodista o del editor sea en cierta medida una industria y dependa entonces de un medio material de subsistencia no obsta para que cualquiera de estos pueda ser libre de elegir con independencia y utilizar dicha industria y medios de subsistencia de la manera que lo desee; esto es, como medios para un fin. Invirtiendo así el economicismo social que esbozaría luego, Marx ya había contraargumentado contra sí mismo: cualquier oficio puede ejercerse con independencia de su interés monetario individual inmediato, a través de la propiedad sobre los bienes ya disponibles y destinados para tal fin. De esta forma solo recién entonces las fuentes de ingreso pueden actuar como filtro pero no como condicionante necesario de las ideas políticas, culturales, sociales y hasta económicas expresadas:

El economista Joseph Schumpeter tomaría también, a pesar de su pensamiento conservador, una posición favorable al capitalismo en contraposición al experimento soviético y al reduccionismo social del marxismo, extendiendo su crítica a los diferentes disciplinas contempladas por Marx en su crítica: la predicción histórica, la sociología, la economía y la pedagogía política. Respecto a la pluricausalidad y el papel de las contingencias históricas que dan prevalencia a unos fenómenos sociales sobre otros, escribió:

Para Weber, si el factor económico –entendido como los medios de producción que partiendo de una necesidad histórico-tecnológica crean a posteriori sus propias clases sociales– fuera "el principio y el fin" de todos los demás factores culturales, religiosos, geográficos, sociales y políticos, entonces todos estos no podrían surgir, al menos al comienzo, sin relación directa con aquel, y no podrían volverse en contra del desarrollo de los intereses económicos existentes sin desaparecer. Sin embargo observa, en forma paralela a Kelsen,[146]​ que en cuanto se admite que en dicha codependencia aquellos factores afectan a los sociales (e incluso a los tecnológicos) la idea marxista de la determinación tecnológica de última instancia entra en contradicción lógica con sí misma y con sus breves intenciones de contrastación empírica. Sin embargo el rechazo de un determinismo causal genético tecnológico-materialista no requiere la adopción de un opuesto psicológico-espiritualista, como sucede en el caso del culturalismo de Werner Sombart, ni de una síntesis entre ambos, como podría ser el caso del holismo ontológico de Emile Durkheim. El rechazo de tales determinismos no implica deslindar sociología de economía, pero implica revisar el dualismo cartesiano implícito en la dialéctica con el mundo del espíritu en el materialismo no fisicalista de Marx. Weber rechaza la relación genético-causal entre "materia" y "espíritu" en el sentido marxiano, o sea, la dominación de unas relaciones sociales funcionales a la producción sobre los contenidos psicológicos compartidos por los individuos. En el enfoque weberiano las aproximaciones del materialismo y el espiritualismo no solo no se excluyen sino que se reconceptualizan. Weber ubica explícitamente los orígenes estructurales del capitalismo en la Baja Edad Media, es decir mucho antes de la aparición de la Reforma protestante:

Weber concibe, en contraposición a Marx, el concepto de "tendencias evolutivas" (o "tendencias de desarrollo") como categorías analíticas y no como procesos con inmanencia ontológica, y la "racionalidad" del sentido histórico no se "descubre" a la manera de la dialéctica hegeliana o marxista, sino que más bien se "construye" por parte del historiador como un mecanismo de valor cognoscitivo sin presunción alguna de un elemento causal en un devenir histórico:

De la metodología weberiana surge la posibilidad de no constreñir la historia económica para que encaje en los reduccionismos categoriales que requieren las concepciones marxianas de los sistemas sociales ("modos de producción" a su vez entendidos como procesos ontogenéticos y como fenómenos explicables por su funcionalidad socioeconómica), por lo cual del modelo weberiano resulta una visión muy diferente del cambio social: el florecimiento económico burgués romano[149]​ (que el historiador Mijaíl Rostóvtsev mostraría, junto con el helenismo, como parte per se de un capitalismo del mismo carácter que el actual, obstaculizado burocráticamente pero naciente)[150]​ se atenúa gremialmente por acción del cristianismo católico bajo una reducida economía manorial agraria de subsistencia que toma forma durante la temprana y alta Edad Media, y que resulta en el feudalismo de la Baja Edad Media sin mediación de ninguna imaginada y contradictoria "revolución feudal" contra el orden social de la Antigüedad.[151]​ Algo similar puede demostrarse con la antigua Atenas. Así como el feudalismo no puede definirse como un modo de producción ya que se adosa al mismo, tampoco la esclavitud, por característica que fuera, define la producción de las sociedades antiguas sino que estas simplemente la incluyen y no cambian esencialmente en ausencia de la misma. Las economías de la Antigüedad oscilan entre una producción comunitaria para uso y una producción mercantil basada en el trabajo de una forma primitiva de burguesía (pequeña, mediana y grande) formada por trabajadores-productores independientes e incluso por empresarios que disponen de trabajo asalariado. En cualquier caso, la esclavitud se adosaba al sistema económico y no lo definía, de forma que no solo sería históricamente errado hablar de un "modo de producción esclavista", sino que esta además no estaba siquiera relacionada con la producción salvo en los casos particulares en las que los esclavos eran transformados en mano de obra, por lo cual es imposible intentar hacer una generalización, en diferentes tiempos y lugares de la Antigüedad, tal que se pueda hablar de una sociedad basada en la misma.[152]​ Pocas veces el "estrato" de los esclavos alcanzaba a la mayoría de los habitantes, y en las civilizaciones más importantes se trataba de una porción muy reducida de los mismos, no superando en el Imperio Romano al 15% de la población total:[153]

Para Rostóvtsev, el capitalismo antiguo tenía el mismo carácter que el actual: había sido creado y estaba condicionado por un mercado de bienes de consumo y factores de producción, al punto que el desarrollo del Imperio Romano mostraba la misma dirección hacia un moderno capitalismo industrial, siendo interrumpido desde dentro por la inflación y el intervencionismo,[155]​ y desde fuera por las restricciones que lo llevaron a su caída,[156]​ mientras que para Weber, en cambio, el capitalismo de Grecia y Roma se basaba en negocios relacionados con servicios a la ciudad-Estado a cambio de ingresos basados en los impuestos agrícolas, los contratos para obras públicas y los arrendamientos de terrenos, siendo el posterior declive del Imperio Romano causado por la necesidad de una expansión defensiva hacia áreas continentales a costa de sus bases litorales.[157]​ Pero sea que este capitalismo sea definido por un intercambio de mercado o que fuera parte de una economía comunitariamente regulada con pequeños mercados subsumidos en un sistema mayor, no fue la institución de la esclavitud la que determinó el orden económico de la antigüedad occidental,[158]​ sino que la caracterizó en proporciones variables dentro de una ciudad-Estado cuya institución económica nuclear estaba representada por trabajadores con capital propio y hasta asalariados de empresas ajenas.[159]​ Siendo así se explica en mejor forma que la influencia social y política de la burguesía retornara bajo la forma de un expansivo protocapitalismo preindustrial en la Baja Edad Media, de una forma similar a la que lo hiciera en los imperios occidentales de la Antigüedad[160]​ pero que solo en la Edad Moderna occidental pudiera desarrollarse plenamente por influencia de la ética protestante:

Véase también

  • Conservadurismo
  • Capitalismo
  • Portal:Marxismo. Contenido relacionado con Marxismo.
  • Tradicionalismo político (España)
  • Religión
  • Ética
  • Moral
  • Familia
  • Gemeinschaft
  • Privatismo
  • Comunismo
  • Comunitarismo
  • Corporativismo
  • Feudalismo
  • Medievalismo
  • Economía del don
  • Cristianismo
  • Catolicismo

Referencias

Bibliografía

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Enlaces externos

  • Análisis de la crítica marxista de la religión – Catholic.net
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Text submitted to CC-BY-SA license. Source: Críticas conservadoras al marxismo by Wikipedia (Historical)